martes, 2 de febrero de 2016

LA ASTROLOGÍA (5)


LA ASTROLOGÍA (5)


“Los astrónomos babilonios desarrollaron para la posteridad muchos conceptos importantes que aún siguen vigentes, tal como la división del cielo en 360 grados, de modo que lograban predecir las posiciones de los planetas aparentemente por medio de cálculos aritméticos. Más resulta sorprendente ver que ellos, ya rastreaban a Júpiter por medio de procedimientos trapezoidales propios de la geometría”. Anónimo.

Los primitivos pueblos agrícolas eran duchos observadores astronómicos, pues su conocimiento tuvo una marcada importancia en el desarrollo cotidiano; como prueba fehaciente aparecen las tablillas sumerias u otra serie de reliquias megalíticas supervivientes de pueblos de todas latitudes, tal como lo muestran los testigos de Stonehenge en Inglaterra, construidos hace cinco milenios, o las pirámides egipcias, mayas y aztecas, o el Intihuatana inca de Machu Pichu y tantos otros testigos mudos que resaltan la importancia de los ciclos de avance que marcan el inexorable paso del tiempo.

Desde siempre, la vida social resulta influenciada por cuenta de la rotación de la Tierra, vista como la sucesión de los días y las noches, teniendo cada una diferente duración, pues ya a partir de tiempos remotos, el hombre cayó en cuenta que los intervalos de luz y de oscuridad eran de diferente duración en función de la estación del año y de las condiciones climáticas respectivas, sin embargo la acumulación del conocimiento sobre los intervalos consecutivos de luz y oscuridad, a la larga siempre daba prácticamente una medida constante De esta observación surgió el concepto del día pleno, entendido como un intervalo de luz y de oscuridad contiguos, que por ende constituyen la división básica del calendario como producto de la acumulación de los días.

Los pueblos agrícolas que no disponían de una escritura formal, requirieron conocer con cierta exactitud la duración del año y el paso de las estaciones, para prever labores tan vitales como las siembras y las cosechas, lo cual se pudo deducir al observar la duración de la luz y la oscuridad diarias.

Existen unas constantes de presencia del Sol, marcadas en los equinoccios cuando el día-luz tiene una duración igual a la noche en toda la Tierra hoy marcadas el calendario actual el 20 al 21 de marzo y del 22 al 23 de septiembre, mientras sus opuestos los solsticios, las muestran las duraciones del día máximas respecto a las de la noche, esto es del 21 al 22 de junio para el hemisferio norte, o mínimas del 21 al 22 de diciembre.

Según sea la posición de las estrellas en la bóveda del firmamento, también es posible medir la duración exacta del día y de su noche, pues durante un momento dado las estrellas ocupan cierta posición, de modo que al transcurrir exactamente un día sidéreo vuelven colocarse en el mismo lugar. Otro método usado ya para el año 2025 a.C. por los sumerios, indica que empleaban la sombra que proyectaba el gnomon, o barra clavada en el suelo para medir la duración de cada día.

El periodo de tiempo que tarda la Tierra en girar sobre su eje, esto es, 360º sobre sí misma es lo que se ha definido como el día sidéreo, tiempo que coincide con lo que se tarda en volver a ver ante una misma estrella atravesando el meridiano demarcado en el lugar. Sin embargo la anterior apreciación no es aplicable ante el Sol, pues durante éste intervalo de tiempo, la Tierra se mueve de manera apreciable en su trayectoria de traslación en espiral, de modo que su traslado tarda unos pocos minutos más que la duración del día sidéreo en volver a atravesar de nuevo el meridiano del lugar. Está claro que las estrellas están situadas a distancias enormemente mayores que el tamaño de la órbita de la Tierra, lo que hace que aparezcan prácticamente en idéntica posición vistas desde cualquier punto de la órbita del planeta.

Pues bien, la duración del día sidéreo es inferior en 3 minutos y 56 segundos a la duración del día promedio aceptado. Es decir, en realidad la Tierra emplea 23 horas, 56 minutos, y 4 segundos en dar un giro completo sobre sí misma. Por tanto transcurrido ese tiempo ya no se encuentra el Sol en la misma posición que se encontraba antes de empezar la vuelta previa sobre sí misma, por tanto, ahora se deben esperar 3’:56” adicionales, cuyo intervalo de tiempo es el necesario para definir al Sol Medio que corresponde a un ente matemático en realidad no muy alejado del Sol real. Éste intervalo adicional es el que hay que esperar para volver a encontrar al Sol una vez que La Tierra haya dado la vuelta, se debe a que la posición relativa entre la Tierra y el Sol ha cambiado mientras se produce el movimiento de traslación.

Como consecuencia de lo anterior, y teniendo en cuenta que a la sociedad lo que le interesa es ajustarse a los periodos de luz y de oscuridad, en la práctica se usa el día promedio en lugar del sidéreo, cuyo uso queda relegado exclusivamente al campo de la astronomía.

Por supuesto, para efectuar un análisis desapasionado de la precisión, resulta conveniente remontarse al origen de la medición y del ejercicio de conteo, ya que éste sucedido durante una época ágrafa en la que se aún se contaba con los dedos, y de cuya mecánica surgen no sólo los sistemas decimales, sino aquellos de base duodecimal y aún los de base sexagesimal hasta hoy en boga.

La cuestión es simple, pues los sumerios ya partían de un año de 360 días como producto de la asociación de la órbita con el círculo de 360 grados, donde cada grado era un día y sobre la misma técnica, dividieron los días en doce horas luz y doce de oscuridad haciéndolos de doble lapso, marcando cada hora en 60 minutos, estructura que permaneció muchos siglos para después ser dividida en 60 segundos, gracias a los aportes de Hiparco de Nicea (190-127 a.C.) por cuenta del uso de ciertas mediciones propias de la trigonometría.

Desde hace milenios en babilonia se encuentran registrados meses de treinta días y un año de doce meses con 360 días. Obviamente, en apariencia el círculo de 360 grados lo dividieron en doce sectores de 30 grados cada uno y allí acomodan los signos del Zodiaco, pues la posición de los astros constituía la parte básica de su mística, en un todo asociada con el sistema de medir el tiempo.

Igual aparece como normal que el día y la noche se dividieran en porciones de 12 horas cada uno. Cuando surgió la necesidad de subdividir la hora, se usó el concepto de grado como una segunda que base prestó su apoyo al sistema, por lo que se estableció una partición de 60 minutos que desde ese entonces han sido mensurables, esto es, desde alrededor del año 2000 a.C. se logró su implementación y gracias a ello se llegó a la temprana existencia del diseño de los relojes de sol, de arena y de agua.

De otro lado, resulta claro que muchas culturas se han preocupado por entender la periodicidad de los movimientos de la Luna, pues al observar el acompañamiento de las fases de la Luna, resulta fácil comprobar que cada 29 días y medio días, ella regresa a su fase inicial de medición, evento que ha llevado a asignar una duración de 30 días al mes, para considerar la llegada de una nueva luna.

Por consiguiente a éste período se le llama mes y así un año comprende doce períodos de lunas llenas o meses, por lo que su duración así calculada se ajusta a 360 días, cuando en realidad sólo dura 354 días, creando un desfase de once días al año en ciclos normales y de doce días en los años bisiestos, ya que como se sabe en realidad, el giro orbital se hace en algo más de 365 días, de hecho sucede en 365,25 días, lo que acumula un día adicional cada cuatro años, por lo tanto, para efectos de reajustar el calendario a la real posición de la tierra con relación al sol, pero no hay problema pues una vez fue reconocido ese descuadre, el error permanece siempre bajo control.


El calendario babilónico temprano o primitivo era de tipo lunar e inicialmente constaba de doce meses de treinta días, que de hecho es cinco días y cuarto menor que el año sideral. Junto con el desajuste anual de los once días lunares, al cabo de unos años, el supuesto "mes de arar", por ejemplo, no se ajusta con la faena agrícola. Al principio se hicieron ajustes tentativos al recortar algunos meses buscando acomodar con mayor precisión el calendario al aspecto habitual de aparición de la luna nueva.

Por supuesto esta medida adicional desajustó aún más las estaciones. Los babilonios luego resuelven esta dificultad al seguir el ciclo solar que les resultó un poco más preciso.

Queda claro que los conocimientos de astrología eran avanzados desde hace por lo menos cuatro milenios. Un claro ejemplo de ello se escenifica recientemente pues en un serio proceso de observación, M. Ossendrijver[1] ha traducido varias tablillas cuneiformes babilónicas datadas entre 350 al 50 a.C. y ha encontrado además que ellas contienen un cálculo sofisticado para establecer con mucho tino la posición de Júpiter. El mencionado método se basa en la determinación del área de un trapecio dentro de un gráfico.

Esta técnica geométrica que se pensaba se había inventado en el siglo XIV por parte de eminentes matemáticos en Oxford y París[2], sucede que ya tenía antecedentes hoy probados de más de 1500 años. Éste sorprendente descubrimiento cambia la idea acerca de la forma cómo los astrónomos babilónicos trabajaban y la manera cómo pueden haber influido en el desarrollo de la ciencia en occidente.

La idea del cálculo corresponde a la medición del desplazamiento de un cuerpo en una zona del espacio-tiempo a una determinada velocidad. Para demostrarlo, se simuló el movimiento del desplazamiento de Júpiter a lo largo de la eclíptica según indican cuatro antiguas tablillas, calculando el área de una figura trapezoidal, obteniendo así el gráfico de su desplazamiento diario a través del tiempo. Esta interpretación final, resulta clara a partir de los registros tomados de una quinta tableta recién interpretada, en la que el mismo cálculo se presenta su formulación geométrica.

Los procedimientos trapezoidales ofrecen la primera evidencia de utilización de métodos geométricos en la astronomía matemática babilónica que en apariencia siempre fueron vistos operar exclusivamente como producto de conceptos aritméticos.

Corresponde ahora retomar el tema central de la astrología, ya que en éste ejercicio se divide la circunferencia entre los doce meses lunares que tienen lugar en un año solar. Para los sumerios conocido como el Camino de la Luna[3] presentado por el dominio del dios Syn que corresponde a la eclíptica.

El recorrido aparente de la Luna y el Sol en el cielo, resulta muy importante, pues se puede decir que las bases del zodíaco tal y como se conocen hoy, salvo la definición exacta de un par de constelaciones, tuvo su más remoto origen conocido en la antigua Mesopotamia, tal como se ve en la siguiente aproximación.



De todas maneras se debe precisar que según sea el texto que se consulte, en general se hace mención a los signos del zodiaco o bien a las constelaciones situadas en ellos. En efecto, se debe tener en cuenta que convencionalmente cada signo del zodiaco cubre una zona de 30º de la eclíptica, independientemente del tamaño aparente de las constelaciones en sí, ya que en realidad se trata de agrupaciones subjetivas de estrellas que se hacen coincidir con cada signo.

Naturalmente, para aquellas constelaciones zodiacales que son más llamativas, la correspondencia resulta unívoca, más no sucede así con aquéllas más débiles o en realidad con las menos definidas.

"El hecho que los calendarios megalíticos prevean hasta la determinación exacta de la fecha de los eclipses, permite determinar los ciclos estacionales agrícolas, ello además es debido a que se ha de ligar con los presagios de la religión y de los dioses con los astros, por tanto en un momento dado, los sacerdotes debían conocer cuándo sucedían los fenómenos o cuando se ocultaban para mostrar a los mortales su grado de superioridad y asignarse el control de tales fenómenos. Anónimo.

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Fuente: Mi libro: “UN SENDERO A LONTANANZA”.

Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242

Autor: Daniel García Vanegas

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ETIQUETAS: Astrología, zodiaco, horóscopo, almanaque, calendario, mitología, retrospectiva, cosmovisión, tiempo, sumerios, tradición, humanidad, historia.

Namasté…




[1] http://science.sciencemag.org/content/351/6272/482
[2] Ossendrijver, M. (2012) Babylonian Mathematical Astronomy: Procedure Texts. Springer, New York.
[3] http://www.danielmarin.es/hdc/Mulapin.htm

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