martes, 23 de febrero de 2016

LA ASTROLOGÍA (8)


LA ASTROLOGÍA (8)


"Originalmente los romanos numeraban los años ‘ab urbe condita’, esto es, a partir de la fecha de fundación de Roma. Por tanto, si éste calendario hubiera seguido utilizándose, entonces hoy, día Martes 23 de Febrero de 2016  del calendario Gregoriano, hubiera sido el Martes 23 de Febrero de 2769 a.u.c.  Araceli Rego.
  
Todo el influjo de la astrología ya absorbido, a continuación pasó a Grecia y luego derivó a Roma, donde el conocimiento se consolidó significativamente, en especial con el uso de un vocabulario zoroástrico común, que resultó estrechamente ligado con la subsecuente acomodación de las propias creencias y de mitos particulares heredados de sus ancestros.

Pues bien, la Mitología Griega se soporta en antiguas creencias y rituales helénicos, cuya civilización temprana se empieza a configurar hacia el año 2000 a.C., y lo hace a partir de un cuerpo de diversas narraciones y leyendas sobre una extensa variedad de dioses.

Sin embargo, su estructura tal como ha trascendido hasta hoy, se desarrolló mayormente alrededor del año 700 a.C., momento en el que aparecieron solemnes registros escritos de tres colecciones clásicas de mitos que gracias a la belleza de su narrativa, perduraron aún hasta hoy, como son: la Teogonía obra insigne del poeta Hesíodo, junto con la Ilíada y la Odisea obras cumbres e inmortales para la literatura del poeta Homero.

Es notable entonces que la mitología griega se identifique por contar con varios rasgos distintivos, ya que los dioses griegos adoptados en sus descripciones son antropomorfos, pues se parecen exteriormente a la tipología general propia de la raza delos seres humanos y además, revelan una serie de sentimientos asociados con aquellos destacados en los más comunes seres humanos.

Sin embargo, a diferencia de otras religiones antiguas tales como el hinduismo o el judaísmo, la mitología griega no incluye el ingrediente de las revelaciones especiales ni se inclina a promulgar enseñanzas espirituales. Al igual, en las prácticas y creencias también se varía ampliamente, por ejemplo, sin llegar a disponer de una estructura formal o sin contar con una base institucional ni religiosa de inducción hacia el gobierno, así como tampoco su estructura está montada sobre ningún código escrito que se asemeje a un libro sagrado, mecanismo éste que en general siempre ha sido asumido por muchas otras culturas alrededor del planeta.

Simplemente los griegos creían que los dioses habían elegido como morada el monte Olimpo, ubicado en la región de Tesalia, mientras sostenían que ellos formaban una sociedad debidamente organizada en términos de jerarquía, autoridad, dominios y poderes, de modo que se movían con absoluta libertad, mientras se conformaban tres grupos de carácter elemental que controlaban sendos poderes, distribuidos entre el cielo o firmamento, el mar y la tierra.

Los doce principales íconos, habitualmente llamados dioses Olímpicos eran: Zeus, Hera, Hefesto, Atenea, Apolo, Artemisa, Ares, Afrodita, Hestia, Hermes, Deméter y Poseidón, empero, contaban con un amplio panteón por demás bastante nutrido y diverso.

Diferentes autores han tomado como referencia la mitología griega, para de una buena forma, acercarse a la significación de la influencia asignada a los planetas, descripción que aun cuando resulta muy útil, no lo resulta del todo exhaustiva.

La obra titulada “Bibliotheca Histórica”, escrita por Diodorus Siculus, historiador griego del siglo I a.C., sostiene que había doce dioses principales, cada uno de ellos velando tanto sobre un mes, como sobre un signo zodiacal.

Las relaciones establecidas entre un dios tutelar con un astro, junto con el carácter que esa deidad habría desarrollado, al parecer dan la pauta a la relación con ciertos axiomas científicos, de los cuales se podía inferir el tipo de influencia que se adjudicaba desde un principio, se asemejaba co la que ejercía cada planeta.

De la misma forma como se veían los dioses, los planetas también eran considerados como seres con voluntad, género y emociones propias, pues de acuerdo con su consideración, la naturaleza viviente se reflejaba en los mismos términos en que los primeros astrólogos las usaban para su clara identificación e interpretación adivinatoria.

Se supone que los astros invocados podían ver, escuchar, sentir, apenarse, estar contentos o tristes, obedecer o no, simpatizar o no, e incluso se decía que portaban lanzas que, en ciertas ocasiones que eran las apropiadas, hasta podían lanzarlas.

Es más, de manera simultánea, ya para ese entonces en la Roma pretérita se conocían los doce dioses como Di Consentes, los cuales siguieron vigentes hasta el siglo III a.C.

Para reforzar estos conceptos, cuenta la historia que en el año 217 a.C., ante la invasión del cartaginés Aníbal de Cartago (247-183), el senado romano ordenó al colegiado religioso del decemviri consultar los libros sibilinos y determinar la forma cómo aplacar la ira de los dioses.

A su debido tiempo, fueron informados que debería celebrarse un banquete sagrado en honor de los dioses. Seis divanes, cada uno con la talla de la cabeza de los dioses fueron instalados en público, uno para albergar a Júpiter y Juno, un segundo para Neptuno y Minerva, un tercero para Marte y Venus, un cuarto para Apolo y Diana, un quinto para Vulcano y Vesta, y otro más para Mercurio y Ceres, esto es, doce puestos, para doce dioses.

Como resultado, al final, se sabe que Roma venció a Aníbal, por lo que aquel inusual banquete fue plenamente justificado y justificó plenamente el poder de sus dioses.


Ahora bien, algunos de los nombres latinos de los meses, derivaron de nombres de los dioses olímpicos romanos, hasta con el tiempo, consolidarse en el siglo I, después de establecidas las reformas que hizo Julio César al llamado Calendario Rústico, registro del cual se conserva en Nápoles, un tallado grabado en bajo relieve sobre un pequeño pilar en mármol.

Tiene cuatro lados con tres columnas cada uno, encabezados por un signo zodiacal que enumera el nombre romano del mes, la cantidad de horas diarias y nocturnas asociadas, la posición del Sol en la eclíptica, el dios tutelar respectivo, y los principales eventos y festivales relacionados a cada mes, así como también muestra las principales actividades agrícolas de la estación según fuese del caso.

Pues bien, ante un inaudito desorden acumulado, el emperador Julio César estableció un nuevo calendario, que entró en vigor el 1 de enero del año 45 a.C., o sea, un año antes de morir asesinado, obra y decisión que sirvió para corregir los errores del calendario romano primitivo y proporcionar a todo el Imperio las ventajas de disponer de un calendario uniforme.

Se trata del famoso ‘Calendario Juliano’, que lleva su nombre en honor del regente que lo implantó, el cual contó con la colaboración técnica de Sosígenes, notable astrónomo de proveniente de Alejandría. Para ajustar dicho calendario al distorsionado ciclo de las estaciones, se ordenó ampliar el año por una sola vez a quince meses, evento que se realizó durante el año 46 a.C. alargándolo a una inusitada duración de 445 días.

Esta adición resultó necesaria para corregir el retraso de tres meses que se había acumulado con relación al año trópico normal, originadas por cuenta de una serie de decisiones políticas anteriores, de hecho nada técnicas. Así, el año 46 a.C. fue llamado el ‘año de la confusión’ a causa de su longitud, sin embargo, su ajuste contribuyó de manera definitiva para acabar con el caos vigente, a consecuencia de malas mediciones represadas hasta entonces.

Es así como, el Calendario Juliano se basó en el año egipcio de 365 1/4 días, de modo que cada cuatro años se intercalaba un día, dando origen a los años bisiestos. El año se dividió en doce meses pero de desigual duración, puesto que 365 no es divisible por 12.

En honor de julio César se dio el nombre de Julius al mes Quintilis. Sin embargo, después del asesinato de César y producto de una falsa interpretación del sistema, se produjo un error que surgió de intercalar el día adicional del bisiesto de febrero, que fue añadido cada tres años en lugar de cada cuatro, lo cual de nuevo descuadró el conteo.

Fue entonces cuando Augusto, sucesor de César, corrigió el leve error ya acumulado y omitió el día intercalar durante el lapso de tres años bisiestos consecutivos, restableciendo la normalidad para el año 8 d.C., momento clave que marca el inicio del sistema actual de años bisiestos. Al igual, en honor a Augusto, el senado romano cambió el nombre del mes Sextilis por el de Augustus y  además confirmó que el primer mes del año a partir de esa decisión sería Enero.

Parece ser que Julio César deseaba que el año nuevo comenzara a partir del equinoccio de primavera, o del solsticio de invierno, pero el Senado Romano, que tradicionalmente utilizaba la fecha del 1 de Enero como comienzo de su año oficial, se opuso a César, con lo que éste se vio en un compromiso y tuvo que ceder. Esta es la razón por la que aún hoy en día, el año nuevo comienza en un punto que resulta de carácter por demás arbitrario, pues no está ligado con el movimiento orbital de la Tierra ni en concordancia con el ciclo de las estaciones.


Dennis Heron

Asimismo, sucede que originalmente el mes de Febrero tenía 29 días los años normales y 30 en los bisiestos. Pero debido al cambio de nombre de Quíntilis y Séxtilis, meses establecidos en el antiguo calendario, entonces fueron renombrados como Julio y Agosto, en honor de Julio César y César Augusto respectivamente, así que se decidió que el mes de Agosto tuviera 31 días en vez de los 30 que originalmente tenía Séxtilis. Para ello se quitó un día a Febrero, cuya razón política obedeció a evitar que César Augusto, eventualmente pudiera haber sido considerado como inferior a Julio César.

De todas maneras, aun cuando en mucho sobrevivió el nombre numérico de los meses del antiguo calendario rústico romano, no se respetó su orden, creándose así una clara relación mezclada de algunos nombres del reciente calendario Juliano con ciertas festividades asignadas a dioses, nombres que a su vez proceden y aún se mantienen vigentes, por cuenta de la estructura establecida por cuenta del actual calendario Gegoriano que permanece en vigor.

El artículo “Doce Dioses y Siete Planetas” de Ken Gillman, con traducción Joanna Murdoch, que parcialmente sirve de fuente de éste recuento, indica entre mucha valiosa información, los símbolos, las deidades y los signos tal como eran aceptados por el calendario rústico y por Manilius, quien en su momento, dispuso el orden de las deidades siguiendo su vía Astronómica, siendo esta la versión del más antiguo texto astrológico completo de occidente  aún sobreviviente, escrito durante los regímenes de Augusto y de Tiberio (30 a.C. - 37 d.C.).

Ahora bien, igual aparecen los dioses planetarios, los cuales forman un grupo cerrado de siete que se muestran en los días de la semana y que se distingue rápidamente de los que en su momento conforman el grupo de los doce meses o dioses del zodíaco, pues los primeros, incluyen la presencia de Saturno.

Es evidente que ambas distribuciones co-existieron al mismo tiempo.

Astrológicamente, los siete dioses planetarios asimismo fueron combinados con los signos del zodíaco, sobre los que generalmente ejercían su regencia. La asignación de los siete planetas entre los doce signos, lleva a cada uno de los cinco verdaderos planetas reconocidos de su tiempo, a recibir la regencia de dos signos cada uno y los otros dos signos restantes quedan gobernados por las luminarias.

La secuencia de la relación dada, probablemente obedece a la velocidad de movimiento diario aparente de los planetas que se relaciona con la distancia y extensión de cada una de sus órbitas. Así por ejemplo el más lento es Saturno y el más rápido es la Luna.

Como prueba de todo ello, tanto de los dioses de los doce meses/zodíaco y los siete planetarios, han sido representados en grupos separados, sea en medallones de la misma época o aún pintados o grabados en la misma pieza.

“Para obtener la fecha ‘ab urbe condita’ sólo hay que sumar 753 años al año correspondiente en el Calendario Juliano. El sistema de numerar los años a partir del supuesto nacimiento de Jesucristo y la sigla de indicación A. D. (Anno Domini o año del Señor), se debe a iniciativa de ‘Dionisio el Exiguo’ en el siglo VI. Araceli Rego.

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Fuente: Mi libro: “UN SENDERO A LONTANANZA”.

Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242

Autor: Daniel García Vanegas

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